LA MISIÓN SÍ, PERO EN EQUIPO: BEBER DE MANANTIALES ANTIGUAS PARA RENOVAR LOS CAMINOS

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P. Naftaly Matogi

Desde 2005 se ha venido reflexionando sobre la Interculturalidad como la nueva forma de vivir la misión en el Instituto de la Consolata para Misiones. Y hay que reconocer los esfuerzos hechos hasta la fecha. Sin embargo, una mirada atenta al problema permite vislumbrar que las discusiones han girado entorno a lo conceptual y académico. La vivencia acabó siendo relegada al olvido; problema ante el cual urgiría preguntar: ZCómo se vive la interculturalidad en nuestras comunidades locales, zonales, regionales, continentales e intercontinentales? ZCómo se vive la interculturalidad en nuestras casas de formación? ZA qué se deben las salidas “voluntarias” y despedidas masivas de jóvenes de los procesos formativos? ¿A qué se deben las frecuentes exclaustraciones e incardinaciones?

Para responder a estos interrogantes habrà que evitar la confusión entre dos conceptos: la inculturación y la interculturalidad. Se ha vuelto moda hoy hablar de Interculturalidad como también lo fue en algún tiempo la inculturalización. La inculturación en nuestros contextos de misión refiere a la relación cultura- Evangelio/Mensaje. La interculturalidad alude, por el contrario, a la relación cultura-cultura. En el pasado la pregunta central era: ZCómo inculturar respetuosa y significativamente el Evangelio en las culturas destinatarias de la misión evangelizadora? Hoy el interrogante que anima los debates es: ZCómo convivir armoniosamente y cómo ponernos a dialogar respetuosamente a pesar de las diferencias culturales de que somos portadores? Ayer, era entre nosotros- ellos, y hoy entre nosotros-nosotros.

La interculturalidad tiene sus exigencias actitudinales. Ante todo la interculturalidad demanda el diàlogo, o sea, la capacidad de intercambio de teorías y pràcticas, visiones y valores, ideas y sentimientos. Demanda, asimismo, la escucha y la humildad, para disponerse a dar y a recibir. Pide ademàs, el reconocimiento respetuoso de la común dignidad de todos. Hay que ceder la palabra al otro como “el otro yo”, porque nadie tiene el dominio exclusivo de la palabra. Hay que prestar el oído al otro como merecedor y digno de ser escuchado. Pero también hay que ser humilde para poder sentarse en la misma mesa redonda con el otro como portador de una palabra vàlida, como merecedor de escucha, para dialogar y escucharse mutuamente.

En el curso de formación permanente habido en Brasil en el 2007,

uno de los invitados afirmó que los pueblos no necesitan los misioneros sino el Mensaje de Cristo, afirmación que creó malestar en màs de un misionero. Unos y otros se preguntaban indignados: ZCómo así que los pueblos no necesitan misioneros sino el Mensaje de Cristo? ZPero entonces quién les llevarà el Mensaje? A nivel personal, soy de la opinión de que esta afirmación debe entenderse en el sentido de que los pueblos no necesitan misioneros que sean portadores y transmisores de culturas, sino màs bien como portadores de un mensaje liberador y salvífico. Eso y nada màs, aunque difícil. Pareciera que lo normal fuera transmitir e implantar la propia cultura, imponerla a los demàs. Se escucha entre nosotros y en los campos de misión expresiones como la de “pero en mi cultura no se hacen las cosas así” o “yo trabajé en la cultura de ellos pero no hacían las cosas así”; un etnocentrismo e inmovilismo culturales impresionantes.

Lo planteado en los pàrrafos anteriores constituye temas dignos de profundización y de vivencia pràctica; pero los reservamos para otros espacios y reflexiones, que creemos necesarios en las Américas, porque como lo anota Gutiérrez, “las culturas y los valores de los diferentes pueblos indígenas y de la población negra de América Latina constituyen una gran riqueza que debe ser apreciada y respetada por quienes tienen la responsabilidad de anunciar el Evangelio. Estamos ante una tarea inmensa y urgente, que apenas ha sido iniciada, y un estimulante desafío a la reflexión teológica” (Gutiérrez, 2003: 38-39)1. En los pàrrafos que siguen se busca rastrear el “cómo debe ser el sí a la misión entre nosotros, el cómo debemos vivir nosotros la misisión”; ello con base en ideas que han sido tomadas de algunos documentos encontrados en el Archivo de la Parroquia San Juan Bautista de Toribio, Cauca- Colombia, perteneciente al Equipo Misionero (del Norte del Cauca)2. Partiendo de la convicción de que los pueblos necesitan misioneros portadores del Evangelio, y no de culturas, ¿cómo debe ser el anuncio y la vivencia del mensaje salvífico?- -he aquí la pregunta-.

Habrà que partir del presupuesto de que no es solo el misionero el que tiene el dominio sobre la inculturación del Evangelio, sino que también, y sobre todo los mismos sujetos destinatarios del mensaje salvífico. Solamente ellos, en su conocimiento profundo, lo pueden recrear “en su matriz cultural y religiosa” (Flórez, 2007); algo que nos resistimos a reconocer, porque como se suele decir, “( ... ) si el proceso de cercanía y síntesis entre Evangelio y cultura lo realiza los ministros oficiales de la Iglesia es inculturación, pero si lo realiza el pueblo desde su realidad y pràctica es sincretismo...” (Orobio, 2009: 194). Ahora sí, a lo nuestro.

La inculturación y la interculturalidad exigen hoy el trabajo en equipo. Creemos haber llegado el tiempo de superar los heroísmos individuales e individualistas, para apostar por el trabajo común y coordinado; lo que pide vida en común y visión del mundo conjugada.

Pero habrà que reconocer que en la actualidad hay una tendencia3 de llamar todo grupo de trabajo en contexto misioneros Equipo Misionero, aunque carezca de espíritu y características de trabajo en equipo. Ante eso cabría preguntar: ¿Qué es un Equipo Misionero? ¿En qué consiste el trabajo en Equipo Misionero? ¿Y cuàles son los elementos que caracterizan un Equipo Misionero? Estos son los interrogantes que iluminan la presente reflexión. Reconociendo también el caràcter polimorfo de ciertas identidades de los agentes pastorales, nos interrogamos: Qué es lo propio de un misionero? Qué es lo propio de un sacerdote? Qué es lo propio de un religioso?

Un equipo

El “equipo” por su misma naturaleza es una realidad unitaria y plural. En él se unen la unidad y la pluralidad. El equipo es como un cuerpo orgànico y organizado, conformado por varios miembros, diversos por su identidad personal y carismàtica y por sus funciones, y unidos por un mismo espíritu, proyecto de vida y de trabajo. La unidad y la pluralidad definen el primer nivel de la identidad de un equipo. Ambos elementos son necesarios, y su funcionamiento presupone la coordinación orgànica. La unidad sin la diversidad empobrece la vida y el trabajo de un equipo, creando uniformidad y conformismo. La diversidad sin unidad hace imposible la vida y el trabajo en conjunto, creando confusión, dispersión y descoordinación. Para que el “equipo” sea de verdad un equipo y no solo un conjunto de personas que realizan un conjunto de actividades, y para que viva, crezca y actúe con eficacia, se exigen cuatro elementos de los varios miembros constitutivos.

Ante todo, cada miembro debe estar comprometido con un proceso de formación y crecimiento permanente; debe también estar dispuesto a dar su aporte con creatividad y recibir el aporte de los demàs. En su conjunto, los miembros deberàn aceptar y valorar los dones y riquezas de cada miembro como algo propio, riqueza del equipo. Ademàs, cada miembro està llamado a asumir y vivir el espíritu que anima al equipo, a compartir el mismo proyecto de vida y de trabajo, en un clima de comunión y de participación.

 Asimismo, a cada miembro del equipo le urgirà sentirse corresponsable de la vida y del trabajo de los demàs miembros, a quienes deberà ayudar con su aporte. Tendrà que asumir como suyos los éxitos y fracasos de los demàs. Por lo demàs, se exige a cada miembro estar disponible a programar, reflexionar y evaluar la vida y el trabajo del equipo, bajo la dirección del coordinador, en un clima de sinceridad, amistad, diàlogo. La vivencia de la dinàmica de equipo, en este primer nivel, permite a los miembros descubrir, vivir y experimentar su identidad bàsica, con sus virtudes y defectos. Para formar un verdadero equipo se necesitan personas humanamente maduras o en proceso de maduración, personas vivas y en camino, creativas y capaces de relaciones sinceras y profundas, personas abiertas al diàlogo vivencial y que sean capaces de valorarse y de valorar a los demàs; gente libre y permeada por un espíritu liberador. Para un trabajo en equipo se necesita también un espíritu y un proyecto de vida y del trabajo comunes, construidos progresivamente y compartido por todos. Se necesitan, ademàs, instrumentos que promuevan y fortalezcan la dinàmica propia del equipo, como la programación-evaluación de la vida y del trabajo, la reflexión y comunicación permanente, la promoción fraterna y el diàlogo.

Un equipo misionero

Un equipo nunca puede ser un fin en sí mismo, sino màs bien un medio, un instrumento. Todo equipo es funcional, se conforma para algo. En un contexto eclesial, el equipo debe ser para la misión o la pastoral. La misión al estilo de Jesús es el eje unificante y dinamizador de la vida y del trabajo de cada miembro y del equipo en su conjunto. El espíritu de Jesús debe ser el que convoca, reúne y envía continuamente para seguir sembrando la Buena Noticia del Reino (Cfr. Marcos 6, 7- 13; Lucas 10, 1; Mateo 28, 18-20).

De la misión tiene que brotar el espíritu y el proyecto de vida y de trabajo del equipo. Pues el espíritu y el proyecto de vida en contextos de misión deben nacer de la opción fundamental y del compromiso de proseguir el espíritu y el proyecto de Jesús. Sí, la misión debe ser la que anima, orienta y juzga el ser y quehacer de cada miembro y del equipo en su conjunto. A la vida del equipo tiene que caracterizarle la misión y el trabajo en equipo, dos realidades que tiene que relacionarse estrechamente, enriquecerse mutuamente y mutuamente fortalecer. La misión da el espíritu y el proyecto al equipo, mientras el equipo hace posible la misión en la realidad concreta, como signo e instrumento de la misma misión. Y es justo esta lógica la que permite perpetuar la misión de Jesús, para realizar la misión, y, al servicio de la misión (Juan 5, 30), conformó un equipo de personas a las que llamó apóstoles (Mateo 10, 1.5). Pero para que el equipo sea verdaderamente “equipo misionero” se necesita el compromiso de todos los miembros, laboral y vivencialmente. Las dos realidades -el trabajo y la vida- tendràn que estar impregnadas de los valores evangélicos, que constituyen bases de la nueva humanidad fundada y cimentada en Cristo Jesús. Dice San Pablo: “Toda persona que está en Cristo es una creación nueva. Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha llegado.” (2 Corintios 5, 17). A nivel laboral, cada miembro està llamado a asumir la realidad y el proyecto de las comunidades destinatarias de la acción misionera, descubriendo en ellos mismos (en la realidad y el proyecto de las comunidades) la presencia del Reino ya presente y actuante. Por eso afirman los padres Conciliares:

Para que los mismos fieles puedan dar fructuosamente este testimonio de Cristo, reúnanse con aquellos hombres por el aprecio y la caridad, reconózcanse como miembros del grupo humano en que viven, y tomen parte en la vida cultural y social por las diversas relaciones y negocios de la vida humana; estén familiarizados con sus tradiciones nacionales y religiosas, descubran con gozo y respeto las semillas de la Palabra que en ellas laten; pero atiendan, al propio tiempo, a la profunda transformación que se realiza entre las gentes y trabajen para que los hombres de nuestro tiempo, demasiado entregados a la ciencia y a la tecnología del 6 mundo moderno, no se alejen de las cosas divinas, màs todavía, para que despierten a un deseo màs vehemente de la verdad y de la caridad revelada por Dios (Ad Gentes 11).

El misionero se pondrà al servicio de la comunidad mediante el acompañamiento, la palabra y el testimonio de vida. Formarà, capacitarà y promoverà a los líderes locales que animan y orientan a la comunidad en sus búsquedas humanas y espirituales. La vivencia de la dinámica de “equipo misionero” a este segundo nivel permitirá a los miembros desarrollar, vivir y experimentar la identidad cristiana, a partir de la opción por Jesús y su Evangelio, que es la “identidad mayor” de todo equipo misionero. Aquí el carisma constituirá la “identidad menor” y permitirá encarnar y contextualizar el mensaje salvífico. Para formar un equipo verdaderamente misionero se necesitan personas cristianamente maduras o en proceso de maduración cristiana, personas convencidas e identificadas con Jesús y su causa, que viven, testimonian y anuncian el Reino de Dios; gente con un espíritu y proyecto de vida y de trabajo comunes; personas con instrumentos que promuevan y fortalezcan la identificación con el espíritu y el proyecto de Jesús; personas capaces de meditar personal y comunitariamente la Palabra de Dios y de leer “los signos de los tiempos”.

Equipo misionero en contextos específicos

El equipo misionero vive y trabaja en un lugar concreto y en un tiempo determinado. La misión es eterna y universal, pero al mismo tiempo histórica y geogràficamente localizada. Todo equipo misionero està llamado a vivir su misión en la realidad concreta de su comunidad humana y cristiana, sea ella política, económica, social, religiosa como cultural-geogràfica. Pues el corazón late donde estàn pisando los pies. Caminando con las comunidades concretas se comparte su proceso histórico, y, a la luz del proyecto de Dios, se reconocen los signos de la presencia y la acción salvadora de Dios a favor del hombre y la mujer. Como bien lo dice Mbiti, no somos nosotros que llevamos a Dios a las comunidades, sino que es el mismo Dios quien nos lleva a las comunidades y nos invita a asociarnos a su empresa misionera. Evangelizando el misionero se evangeliza porque la comunidad destinataria de su misión le revela dimensiones nuevas de la Buena Noticia que Dios va sembrando en el corazón del hombre y de la mujer. Las opciones misioneras particulares nunca deben ser excluyentes, sino que por el contrario abiertas a todos, esencialmente evangélicas e iluminadas por las opciones de Jesús. Dios es universal y universales deben ser los anhelos y las luchas de sus hijos (Cfr. Juan 6, 45). En toda opción misionera debe quedar patente que lo que se busca/persigue es la instauración del Reino (Mc 1, 15; Mt. 5, 3), la nueva humanidad congregada en Cristo y llamada a vivir en la común humanidad y dignidad, en la libertad, el amor, el perdón, la justicia y la hermandad; esa humanidad que se interesa por todos, por los primeros y los últimos, los afortunados y los desdichados. Y para que el Reino se haga realidad, y no puro sueño quimérico, el misionero tiene que aterrizarse, ubicarse y encarnarse en la historia concreta de la gente, en la situación presente, con sus alegrías y tristezas, desafíos y realizaciones, derrotas y victorias. Allí se empeñarà en conocer, profundizar, asumir y acompañar el proyecto histórico de recuperación, organización y promoción integral de las comunidades. Allí releerà la política, la economía, la sociedad, la cultura y la religión para descubrir en ellas los pasos de Dios o signos del anti-Reino. También allí moldearà nuevos sueños y formarà nuevos protagonistas humanos y espirituales. A este tercer nivel, la vivencia de la dinàmica del equipo permite desarrollar, vivir y experimentar la propia identidad carismàtica. Aquí se vive y se hace sentir la opción misionera en su caràcter Ad Gentes. El misionero reconoce su identidad de enviado a vivir la misión de manera itinerante màs allà de las propias fronteras, entendiendo como el Nasa Pal que “aquel que se instala agoniza”.

Funciones del equipo misionero

Dentro del equipo el trabajo estarà dividido según los dones/carismas de cada miembro en su singularidad. Así como el cuerpo es uno solo pero està conformado por varios miembros que cumplen distintas funciones (1 Corintios 12:12-27), así también el equipo misionero constituirà una unidad en la diversidad, y perseguirà las mismas metas. Algunas funciones seràn comunes a todos los miembros, y otras específicas, propias de cada miembro. La distribución de las funciones específicas responderà a tres criterios bàsicos: a) criterio misionero (es necesario dar respuesta a todas las exigencias de la misión o proyecto misionero); b) criterio de los carismàtico (es necesario tener en cuenta los dones o carismas de cada miembro del equipo misionero); y c) criterio de la necesidad (a algunos miembros del equipo les toca y les tocarà, a veces, asumir funciones que no son propias del equipo, pero que responden a una necesidad de las comunidades acompañadas). Para conservar y fortalecer la unidad de espíritu y de proyecto, la diversidad de funciones debe ser vivida en la corresponsabilidad, la complementariedad, la comunicación constante y la coordinación laboral. Respecto a las funciones comunes, todos los miembros del equipo misionero deberàn disponerse a: formarse y capacitarse continuamente, y apoyar la formación y capacitación de los demàs miembros del equipo misionero; apoyar y fortalecer la vida, la reflexión y el trabajo del equipo misionero, acorde con los objetivos, métodos y criterios y el espíritu del equipo misionero; programar, reflexionar y evaluar la vida, la reflexión y el trabajo del equipo; acompañar y educar en la fe y la vida cristiana a los individuos y las comunidades; y conocer, asumir, profundizar y acompañar evangélicamente el Plan de vida de las comunidades. Lo que concierne a las funciones específicos, habrà que contar con un coordinador explícitamente constituido. A él le corresponderà velar por la marcha del equipo a nivel de vida, reflexión y trabajo. Apoyarà a los varios miembros del equipo en su formación y capacitación permanente. Se interesarà por su bienestar personal y fidelidad a la misión. Promoverà y defenderà la unidad en la diversidad y diseñarà junto con los demàs, líneas de acción que sirvan también a los proyectos de la comunidad. Servirà de puente entre la comunidad, el equipo misionero y los entidades externas4. Para la implementación de las actividades del proyecto del equipo misionero se deben establecer comités o personas directamente responsables. Cuando algún miembro del equipo tiene que asumir funciones de responsabilidad en programas que no son propiamente del equipo misionero debe hacerlo por un tiempo determinado, con la precaución de no instalarse. En todos los niveles los miembros del equipo misionero deben promover la participación de otros agentes de trabajo que no pertenezcan directamente al equipo.

Obstàculos para el funcionamiento del equipo misionero

Muchos pueden ser los obstàculos que se pueden presentar en la vida de equipo. Se trata de obstàculos que se pueden convertir en los peores enemigos de la acción conjunta. Aquí se mencionan tres de ellos, a saber: falta de comunicación, autoritarismo del coordinador y apropiación y personalización de la misión. La comunicación es clave para el funcionamiento del equipo. Todos los miembros del equipo deben estar al tanto de la vida cotidiana del equipo. Cuando un miembro del equipo se va a ausentar debe informar a los demàs, directa o indirectamente a través del coordinador. Ademàs, cada miembro està llamado a preocuparse por la ausencia del otro. Para ello seràn necesarios encuentros frecuentes donde se pueda informar, reflexionar, evaluar y proyectar en común el trabajo del equipo, así como celebrar la vida de cada integrante y de todo el equipo. La falta de comunicación puede afectar sobremanera el funcionamiento del equipo, llegando mismo a debilitarlo e imposibilitarlo.

El autoritarismo constituye una de las formas de relacionamiento que tendrà que evitar el coordinador del equipo misionero para el bien suyo y de todos. El coordinador buscarà ejercer democràticamente su autoridad, desde el respeto y la confianza. Aceptarà de buen grado los aportes de los demàs. à reconocerà la influencia que tiene en el encuentro con los otros integrantes del equipo; propiciarà el intercambio de ideas, emociones y sentimientos, y tomarà conciencia del efecto que se produce en ambas partes; inspirarà respeto; tendrà en consideración el deseo y las necesidades del otro; y así, transformarà su existencia y la de su comunidad, porque la autoridad se gana con actos que demuestran respecto, conocimiento y adecuada comunicación (Cfr. CIREC, 2003:5). El coordinador del equipo misionero evitarà imponerse para lograr los objetivos propuestos; evitarà obligar a los demàs a través de la manipulación, la amenaza, el engaño; evitarà relaciones mediadas por el miedo, la frustración y la violencia; promoverà y facilitarà la participación de los demàs; considerarà vàlidos otros puntos de vista distintos al propio; no tomarà decisiones según criterios o intereses particulares y se interesarà por el cambio (Ibíd.). En contextos de misión, y como consecuencia del trabajo en equipo, se puede olvidar que se es un siervo de la misión y se puede llegar a convertirse en dueño o señor de la misión. Se puede esperar todo de la misión y puede nacer la mentalidad de que “aquí mando yo, y por eso ustedes pueden opinar pero la última palabra la tendré yo”. Se puede, asimismo, privilegiar el turismo, la buena vida y el aburguesamiento por encima de la acción misionera.

Conclusión

Hoy por hoy la interculturalidad no solo debe ser un estilo de la misión sino también un instrumento que lleve a asumir el trabajo en equipo como la nueva manera de hacer y vivir la misión. Se necesita hoy apostar por la implementación de proyectos y espíritus que concurran a la construcción de comunidades maduras y responsables, 11 comunidades armoniosas y unidas que puedan construir y reflejar el Reino. Allí serà necesario apostar por el anuncio del Evangelio, y nunca por la implantación de culturas. Allí el misionero y el destinatario de su labor misionera, se reconoceràn ambos importantes y se pondràn a dialogar como entre iguales porque “No hay Judío ni Griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer, porque todos son uno en Cristo Jesús. (Gal 5, 28); ambos se sentiràn unidos por la misma causa: la construcción de una nueva humanidad y así se hará realidad la visión de Juan: “Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva, pues el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido, y el mar no existe ya” (Ap. 21, 1).

Bibliografía

Gutiérrez, Gustavo (2003). La densidad del presente. Salamanca, Sígueme. Mendes de Almeida, Mons. Luciano, compilador (1986). El futuro de la reflexión teológica en América Latina. Bogotà, CELAM. Orobio Granja, Ayda (2009). “Semana Santa Católica en el Pacífico afro-colombiano”, en: Espiritualidad, justicia y esperanza desde las teologías afro-americana y caribeña, compilado por Maricel Mena López. Cali, Sello Editorial Javeriano, 173-199. Centro Integral de Rehabilitación de Colombia (2003). Buscando líderes regionales. Semillas de esperanza. Bogotà, CIREC. 12

 

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1Al respecto, afirma también Mons. Luciano Mendes de Almeida: “Hay que continuar la reflexión sobre el diàlogo entre el Evangelio y las culturas indígenas y afroamericanas” (Méndes De Almeida et ál., 1986: 26).

2A pesar de que desde 2007 el Equipo Misionero del norte del Cauca entró en una crisis existencial de la que aún no ha podido librarse, nos deja muchas lecciones que pueden inspirar acciones misioneras coordinadas. La crisis en mención se debió al cambio frecuente del personal misionero y a la falta de líder que fuera capaz de llevar adelante el espíritu y el proyecto del Equipo, que pudiera asumir las riendas de la coordinación del proceso, pero sin olvidarse nunca del pasado.

3 Hoy día se confunde también la itinerancia misionera con el turismo y vagancia misionera por falta de proyectos claros. Se tiende a pasar del sacrificio misionero a la comodidad, del pesimismo numérico a la fobia numérica.

4 Se aconseja que el coordinador sea posiblemente una persona madura, convencida de la misión, que escuche màs y hable menos; alguien capaz de entablar relaciones con todos.

 

 

 


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