Espiritualidad de la Consolata

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Espiritualidad es la realidad más profunda del ser humano: el principio y la fuente de las motivaciones ultimas, de donde emanan sus ideales y utopías, en donde se enraízan los valores que inspiran y guían su actuar, de donde brotan la pasión, la indignación y la mística por las cuales vive y lucha y con las cuales contagia a los demás.

Lo que es válido para todos los seres humanos, es tanto más imperioso y válido para el cristiano, con la diferencia que la realidad más profunda de su propio ser, el principio vital, la fuerza motora e inspiradora de su vida es el mismo Espíritu de Dios. Dentro de este marco espiritual, válido para todos los seguidores y seguidoras del Señor Jesús, existen escuelas o líneas de espiritualidad que se diferencian cuando enfatizan algún rasgo específico de la persona de Cristo y hacen de él el eje o hilo conductor de la vida personal o de grupo.

En esta línea de pensamiento es que podemos hablar de espiritualidad de la Consolata. Se trata de una línea que, sin pretender ser una escuela, inspira hombres y mujeres, misioneros y misioneras ordenados, consagrados y laicos esparcidos por todo el mundo.

EL ORIGEN Y DESARROLLO
Esta línea de espiritualidad cristiana con sus raíces bíblicas, tanto en el Nuevo como en el Antiguo Testamento, la encontramos, expresada de diferentes modos, en la rica tradición de la Iglesia de Jesucristo.

Es en este desarrollo dinámico que nos ubicamos en la Iglesia Local o Arquidiócesis de Turín, norte de Italia, en el corazón de un santuario dedicado a María Consolata y dirigido durante cuarenta y seis años por el padre diocesano José Allamano, fundador de dos Institutos Misioneros Ad Gentes que quiso darles, expresamente, el nombre de Misioneros de la Consolata (1901) y Misioneras de la Consolata (1910). Allí esta línea de espiritualidad asumió su fuerza y dinamismo misionero ad gentes.

Con la beatificación del padre José Allamano (7 de octubre de 1990), el Papa Juan Paulo II, reconoce su vida y su carisma como auténtico don del Espíritu y lo coloca al servicio de toda la Iglesia y de la humanidad en general como camino seguro de santidad y misión, verdadera línea de espiritualidad cristiana con el sello específico de la Consolata: consolados (santos/as) para consolar (misioneros/as).

Nos corresponde entonces a nosotros, misioneros/as de la Consolata, tomar en las manos la "vasija" que contiene la rica herencia del Beato José Allamano al servicio de la santidad personal y de la continuidad de la misión de Jesús Cristo en Iglesia y, a través de ella, al servicio del Reino de Dios.

Para “hacer honra al nombre que llevamos” debemos, además de asumirlo con veneración y responsabilidad, contemplarlo, meditarlo y orarlo con devoción. Al mismo tiempo debemos estudiarlo en profundidad, contextualizándolo y re-expresándolo a partir de la varias experiencias y culturas. Como fruto de éste proceso experiencial viene, lógicamente, la celebración con sentido y el testimonio misionero humilde, creativo y valeroso.

Consideremos, pues, las dos grandes dimensiones de ésta línea de espiritualidad, en su clave mariana, que brotan del nombre CONSOLATA: Consolada (Santa) y Consoladora (misionera).

LA CONSOLATA
Nuestra MADRE Y FUNDADORA, mujer que nos concibió, gestó y dio a luz, se llama MARIA CONSOLATA (1) y es también la madre de la CONSOLACÓN (2). A partir de este significativo nombre podemos reflexionar la frase sintética y programática que tanto le gustaba al Beato Fundador José Allamano: “primero santos y después misioneros”.

LA CONSOLADA
El apelativo de Consolata es, entonces, propio del dialecto Piamontés: la Consolà con su correspondiente en Italiano la Consolata en la forma de participio pasado y en el genero femenino del verbo consolé - consolare y, como tal, de significado pasivo: "aquella que es consolada".

La Consolata es, entonces, la Consolada, aquella que encontró gracia delante de Dios. Ella, Maria de Nazaret, la visitada y saludada de parte de Dios: "Alégrate, llena de gracia!" (Lc 1,28); la acompañada del Señor: "El Señor está contigo!" (Lc 1,28); la animada y encorajada para la misión: "No tengas miedo, Maria!" (Lc 1,30); la poseída del Espíritu Consolador y protegida por el Dios de la vida: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra" (Lc 1,35); la amada por Dios con amor de predilección: "Encontraste gracia delante de Dios" (Lc 1,30); la "llena de gracia" por estar llena del Dios que llena (Lc 1,28). Convirtiéndose en la Madre de la Consolación, ella es la Consolada.

LA CONSOLADORA
El culto y la devoción a la Consolata se fueron desarrollando a lo largo de los siglos. Ya en le siglo IV con San Máximo, primer obispo de la ciudad de Turín, según la tradición y más tarde, en el siglo X, bajo la orientación de los monjes benedictinos, en la iglesia de San Andrés, la devoción y el culto a Maria Consolata se encuentra registrado históricamente.

La evolución del mismo título de la Consolata, para no hablar de la iconografía, ni de la liturgia y ni de la predicación devocional o doctrinal, nos coloca dentro de una corriente viva de espiritualidad que expresa unas veces los sentimientos del pueblo y otras los pensamientos de los líderes o de los pastores.

Las primeras referencias hablan de Santa Maria de la Consolación y Santa Maria de las Consolaciones, más tarde (1016 – 1104) aparece el título de Maria Consolata o Virgen Consolata y, mucho más tarde, el apelativo de Consoladora.

Éste título de Consoladora siempre está relacionado con situaciones de guerra o muerte, de epidemias o enfermedades, horas en las cuales se le invoca como particular abogada, protectora y consoladora en toda y cualquier tribulación.

La consolación que brota de la fe en la hora de la aflicción es la que se vuelve fuerza y mística para a misión, la misma que aparece como verdadera experiencia espiritual en Maria de Nazaret, llamada "Bien-aventurada" entre todas las mujeres por haber creído (Lc 1, 39-43).

Es, pues, en su fe que se realizan todas las Bien-aventurazas: que "la pobre sierva" es "exaltada", "la afligida" es "consolada" y, finalmente, llevada al lugar de la consolación plena y definitiva en el seno de Abrahán (Lc 16, 24-25), en la "Nueva Jerusalén", en donde permanecerá para siempre con todos los que, habiendo pasado por la gran tribulación, en la compañía del Crucificado-Resucitado, disfrutando la bienaventuranza realizada por el “Dios fuente de toda consolación” (2 Cor. 1,3) que “enjugará toda lágrima dos sus ojos..." (Ap. 21,4).

Esta es, precisamente, la misma consolación nacida del sufrimiento misionero unido al sufrimiento de Cristo Jesús, tal como lo testimonia Pablo, el misionero de los gentiles (Cf. 2 Cor 1, 4-7; 7, 4; Col 1, 24). Se trata de una consolación que no se recibe pasivamente puesto que es gracia y que, por lo mismo, se convierte en aliento, estímulo y exhortación en la misión.

De todas maneras, como testimonia el padre jesuíta, turines e historiador, Giuliano Gasca Queirazza: "cuando el turines habla de Maria o predica sobre ella, cuando la celebra enumerando los beneficios y tejiendo los elogios, puede llamarla Consoladora, pero cuando quiere llamarla por su propio nombre, “su” Madre y Señora es la Consolata – la Consolà que es, al mismo tiempo, consolada y consoladora, y cuya fiesta se celebra el 20 de junio, con grande devoción y solemne procesión" (3).

Como a los turineses, nos sucede también a nosotros Misioneros de la Consolata, laicos y laicas, religiosos y religiosas, presbíteros y obispos: la Consolata, como nos lo trasmitió el Fundador “es nuestra madre tiernísima, que nos quiere como a la pupila de sus ojos”. Por eso la queremos, la consolamos con nuestra vida y misión, tal como los hijos buenos consuelan a sus madres, y le celebramos su fiesta, que es “nuestra fiesta”. La fiesta de la “familia consolata”. ¡Viva la Consolata!

P. Salvador Medina imc
Fiestas de la Consolata 2006
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(1) La Consolata, de Turín, está entre las imágenes más veneradas de Italia. Así lo demuestra el bello Santuario, verdadera obra de arte, con la imagen expuesta sobre el altar mayor y los incontables “ex-voto”, senãl de la grande devoción popular que desde tiempos inmemorables circunda la icona.

La imagen pertenece al grupo de la Brephocratousa (= “aquella que lleva el niño” y corresponde a la “Madre con el niño”), en la versión de la Odigitria (= “conductora”, “guia”, “aquella que muestra el camino”) y el camino es precisamente Cristo Jesús, indicado por María con su mano derecha. Este apelativo deriva el topónimo del convento de los Odigi, en donde se veneraba el retrato original de María, pintado, según la tradición, por San Lucas que, la emperatriz Puchera, habiéndolo recibido de Jerusalén, lo confió a una comunidad de monjes que vivían junto a una fuente de agua, en donde Nuestra Señora ya hacia muchos milagros, especialmente en favor de los ciegos, a los cuales los mismos monjes les servían de “guía”, conduciéndolos de la mano, como los “pedagogos” griegos, hasta la fuente milagrosa.

El origen y la historia del cuadro de la Consolata de Turín están íntimamente relacionados con el surgimiento y la historia del Santuario. Todos recordamos la curación del rey Arduino (1014) y la recuperación de la vista del ciego de Briançon (1104) delante de una grande multitud, en medio de la cual se encontraba el obispo Mainardi que, lleno de entusiasmo, gritaba: “Ora pro novis, Virgo Consolatrix!” y la multitud respondía “Intercede pro populo tuo!”, (cf. GHARIB, Georges, Le Icone Mariane, storia e culto, Città Nuova, Roma, 1987, pp. 199-201).

Según la convicción del Padre Allamano, el Instituto nació por la voluntad de Nuestra Señora Consolata (cf. Const., IMC, n. 2).

(2) La advocación mariana La Consolata, que enriquece nuestro nombre, alimenta nuestra devoción y, últimamente, inspira nuestro carisma y misión, es un título explícitamente bíblico, inspirado en Lc 2, 25, en donde Simeón, inspirado por el Espíritu Santo, descubre en los brazos de María la “Consolación”, gloria de Israel y luz para todos los pueblos (cf. ROS, Nortes, Carmen, María, Madre de la Consolación, Roma, 1985).

(3) Cf. GASCA QUEIRAZZA, Giuliano, La Consolâ – La Consolata: il titolo caratteristico Della devozione alla Madona di Tocino, estrato da: “Studi Piemontesi”, novembre 1972, vol. I, fasc. 2

Ultima modifica il Giovedì, 05 Febbraio 2015 16:55

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