6 Tema - Allamano, testimonio de una consolación vivida y comunicada

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JOSÉ ALLAMANO, TESTIMONIO
DE UNA “CONSOLACIÓN” VIVIDA Y COMUNICADA

José Allamano vivió y transmitió la experiencia de la “consolación”, entendida como unión con Dios y salvación, partiendo de su especial comunión con María bajo el título de “Consolata”. Fue un testimonio auténtico, y lo que transmitió sobre la “consolación” cuenta con la garantía de su santidad.

1. José Allamano, “consolado” y “consolador”

La Virgen María, antes de ser “Consoladora”, fue “Dolorosa”, lo que quiere decir que ella misma debió ser “Consolada”. Esto quiere decir que, tras el sufrimiento por la muerte de su Hijo, la experiencia de su resurrección fue la consolación decisiva para María, que se hizo auténtica en ella y fue el comienzo de su cometido en la Iglesia, haciéndose así consoladora de los discípulos de su Hijo y de toda la familia humana. Análogamente, podemos considerar que José Allamano fue un hombre verdaderamente “consolado”, entendiendo decir con esto que fue capaz de vivir una fuerte experiencia de Dios a través de María. Oyéndole hablar, y especialmente viendo cómo vivía, se advierte en él algo así como una “plenitud interior”, una especie de “gozo espiritual”, no tanto por sus magníficas realizaciones, sino por lo que sentía en su interior, por lo que era. Reconocía con realismo que Dios había bendecido, por encima de toda expectativa, las iniciativas que había emprendido, pero reconocía también que él siempre había dicho sí a Dios a través de la obediencia a sus superiores. (cf. Carta IX/2, 653-654). José Allamano era realmente en este sentido un consolado.

En la medida que Allamano se sentía personalmente en sintonía con Dios infundía en los demás serenidad y coraje. También de esto se dio cuenta; más aún, lo quiso expresamente. Por ejemplo, hablando de la vida de familia, se expresaba en estos términos: “Mi experiencia de comunidad, que viví toda la vida, quiero aplicársela a este Instituto. Vosotros seguid mis disposiciones y las exhortaciones y deseos que conocéis bien” (Conf. IMC, I, 15). Cuántas veces dijo: “Haced como yo”, “Intentadlo también vosotros”, etc. Recuérdese también lo mucho que insistió en que no se cambiara nunca el fin misionero del Instituto y en que viviéramos coherentemente su espíritu, que era justamente un espíritu de “consolación”. En este sentido, José Allamano llegó a ser un “consolador”, un “testimonio” creíble de “consolación”.

Nos podemos preguntar: ¿Por qué el espíritu de nuestro Padre es para nosotros un punto de referencia tan seguro que no lo queremos cambiar por ningún otro? ¿Únicamente porque le estimamos como un hombre sabio, preparado, prudente y generoso? ¿No será porque estamos seguros de su riqueza espiritual como hombre de Dios? Y es justamente esta su riqueza interior la que le convierte en “testimonio” auténtico de evangelización. Si José Allamano no fuera santo, no se habría interesado tan apasionadamente por la evangelización universal ni se habría convertido en padre de misioneros. En este sentido, creemos que podemos afirmar que José Allamano fue realmente “consolado”, es decir, interiormente rico hasta la santidad, y “consolador”, es decir, apóstol dinámico incluso más allá de los confines de la Iglesia.

Esta rica identidad de nuestro Padre tiene una precisa tonalidad mariana. No cabe duda de que la experiencia mariana fue decisiva para su vida personal y para su actividad apostólica. Y esta experiencia mariana no fue genérica, sino que asumió la connotación específica del misterio de la “consolación-salvación”. ¡Nadie sabe cuánta riqueza espiritual habrá madurado en los largos años vividos a los pies de la Consolata! Desconocemos los sentimientos y los pensamientos de José Allamano cuando contemplaba desde aquella pequeña cámara el cuadro de la Virgen, pues no nos los ha confiado, pero los podemos suponer legítimamente leyendo su vida. Estamos seguros de que el Instituto fue concebido allí durante las largas horas de adoración, delante del sagrario, mientras su mirada podía contemplar el rostro delicado de la Consolata. Nosotros estábamos en su corazón antes de que organizara el Instituto, y con nosotros estaban muchos otros hombres y mujeres que no conocía pero a los que respetaba porque tenían el derecho de conocer al Padre revelado por Jesús.

2. La relación personal de José Allamano con la Consolata

Más que de relación, podemos hablar de “entendimiento” vital. Es realmente extraordinario y de una sencillez que desarma el coraje que demuestra Allamano cuando habla de su relación con la Consolata. No duda en afirmar que la Consolata es “suya”. Así se dirigía en una ocasión a las hermanas: “Mirad, estamos destinados a amar mucho al Señor. Tenemos que hacer el bien, el máximo posible. Me bastaría con quedarme allí tranquilo, como rector de la Consolata, sin embargo... Hoy no he visto todavía a la Virgen. Esta mañana, cuando partí de allí, (la iglesia de la Consolata) estaba aún cerrada; esta tarde volverá a estar cerrada, y yo sólo he visto a la Virgen de la Catedral, porque he celebrado misa cantada. He visto la de la Catedral, pero... no es la mía...” (Conf. MC, II, 556-557). Y dice en otro sitio: “Aunque, a fin de cuentas, es siempre la misma Virgen”. (Conf. IMC, II, 465). Sentimientos ingenuos, pero hermosos, y sobre todo elocuentes de algo que se siente por dentro. Si bien se mira, se percibe una profunda delicadeza de José Allamano con la Consolata que llega a conmovernos. Delicadeza, sí, pero no paralizada en la periferia del sentimiento, sino dinámica, que lleva a la acción en bien de los hermanos. Lo que más llama la atención, no obstante, es sentir autodefinirse a José Allamano como “tesorero” y “secretario” de la Consolata. Considera que ha llegado al culmen de su entendimiento con María incluso desde el punto de vista operativo. Está convencido de obrar con la Consolata. Comentando la Constitución a las hermanas, explica el título del Instituto con estas palabras: “En primer lugar, soy yo quien tiene el derecho de dar al Instituto este título, porque tengo poder ante la Consolata; soy yo su secretario, su tesorero. [...]. Con vosotras, siempre que hable de la Virgen, se entiende que es la Consolata” (Conf. MC, III,, 17).

Hablando en otra ocasión a las hermanas, durante una novena a la Consolata, Allamano pedía oraciones a la Virgen por dos intenciones: la primera era que la Santa Sede aprobara el milagro para la beatificación de Cafasso. Estas son sus palabras, que parecen casi un desahogo: “Pedid a la Virgen que nos haga este regalo. Pero no perderemos la paz si la Virgen no considera que debe dárnoslo. En suma, yo estoy aquí (en el Santuario) como tesorero y secretario y debería tener el derecho de tomar las gracias principales, en cambio... Todos vienen a decir: Yo he recibido esta gracia...; Yo he obtenido esta otra... ¿Y yo? Yo tomo siempre nota... Pero pedid al Señor que se haga su santa voluntad; todo está ahí, mirad” (Conf. MC, III, 436). Y lés confía que ha hecho un pacto con la Virgen: “Todas las oraciones que hoy hagan los misioneros y las Misioneras por (la beatificación del) padre Cafasso, que se orienten a ellos para que sean santos, pronto... comenzando por los últimos..., y creo que la Virgen lo habrá hecho así... yo soy su secretario... su tesorero, y tengo el derecho a ser escuchado antes que los demás” (Carta X, 51, n. 3).

Si queremos admirar otra delicadeza de nuestro Padre, oigámosle en el uso que hace de los adjetivos “querida” o “nuestra” referidos a la Consolata. Con mucha frecuencia termina sus cartas a los misioneros y a las misioneras recordando a la Consolata con esas expresiones, que denotan una gran delicadeza y un profundo entendimiento: “Que el Señor os bendiga, como yo suplico por todos a los pies de la querida Consolata” (Carta, 617); “Suplico a la querida Consolata que realice ponto esta curación”” (Carta VII, 511); “Te bendigo a los pies de la querida Consolata” (Carta VIII, 236); “Te bendigo a los pies de nuestra Consolata” (Carta IX/2, 681); “Ánimo y la bendición de nuestra Consolata” (Carta IX/2, 715); “Nunca os olvido junto a la querida Consolata” (Carta X, 156).

¿Quién o qué infunde en José Allamano esta certeza sino su íntima relación de fe y amor con María, y a través de ella con el Señor? Este entendimiento es garantía y modelo para nosotros. El Fundador no se contenta con decir que la Consolata es “suya”, sino que afirma con la misma seguridad que también es “nuestra”.

3. Misioneros “consolados” y “consoladores”

Considerado desde esta perspectiva, nuestro Padre es para nosotros modelo del modo de interpretar la espiritualidad misionera de la consolación, no sólo para nuestro crecimiento interior, sino también para transmitirla a los demás en nuestro apostolado misionero. Se puede decir que el Fundador nos comunicó su propia experiencia porque deseaba que nosotros fuéramos como él: “consolados” y “consoladores”. No olvidemos que el lema dado al Instituto y que figuraba al comienzo del primer Reglamento de 1901 reproducía un texto bíblico, Is 66, 19: “Et annuntiabunt gloriam meam gentibus”. En su intención, la “gloria” que debía anunciarse era la de Dios y consistía principalmente en la salvación de todos los hombres, porque “el hombre salvado es gloria de Dios” (san Ireneo). El Fundador expresaba esta relación entre la Virgen y sus misioneros con estas palabras: “La Consolata es delicada y quiere que sus hijos sean delicados” (Conf. IMC, III, 577).

Allamano fue también valiente como ejemplo para nosotros, enseñándonos a expresar la relación con la Consolata con expresiones inolvidables como éstas: “Cuánta gente viene a orar y se lleva gracias y milagros. ¿Y nosotros que somos sus hijos predilectos? Nos distingue su título como nombre y apellido. Con este título es nuestra Madre particular” (Conf. IMC, I, 568); “Nosotros, hijos predilectos de la Consolata, y no sólo de palabra, sino realmente [...]. ¿No es la Santísima Virgen, bajo este título de Consolata, nuestra Madre y nosotros sus hijos? Sí, Madre nuestra muy tierna, que nos ama como pupila de sus ojos, que ideó el Instituto, lo sostiene todos estos años espiritualmente y materialmente, tanto aquí, en la Casa Madre, como en África, y está siempre dispuesta a escuchar nuestras necesidades, y por eso
puedo yo puedo dormir sueños tranquilos...” (Conf. IMC, II, 308); “Vosotros, cuando se habla de la Virgen, debéis entender siempre la Consolata” (Conf MC, III, 17); “Podría ofenderos si os hablara de que debéis hacer bien la novena a la Consolata, es el corazón el que os lo debe enseñar. Nosotros somos Consolantinos, hijos predilectos de la Consolata” (Conf. IMC, II,
602). Estas expresiones no son solamente hermosas e inolvidables, sino también vinculantes.
Siguiendo las huellas de nuestro Padre, nosotros debemos ser misioneros de la consolación. Esto debe verse en la prioridad de nuestras opciones apostólicas, que deben ser fronterizas, es decir, valientes, en favor de los últimos. Aquí es donde se funda la generosidad de aceptar el esfuerzo de las opciones arduas, así como el dinamismo apostólico de abordar las situaciones nuevas y difíciles para resolverlas positivamente, sin lamentos. El espíritu de consolación hace que también afrontemos las situaciones nuevas que influyen en la evangelización, sin nostalgias de un sistema pasado, como son la globalización, las migraciones salvajes, la relación interreligiosa, etc.
La “consolación” no es estática, sino que se renueva y siempre es actual.
La identidad de los apóstoles de la consolación se percibe externamente en un especial “espíritu y estilo de consolación” en la relación con la comunidad eclesial y con los no cristianos. Esta es la razón de que el misionero de la Consolata exista para “estar en medio de la gente”, preferentemente con la más lejana, la última justamente.

4. Conclusión

¿Cuál puede ser la conclusión de este discurso? En lo que nos corresponde como personas, la podemos expresar con las palabras que el Fundador dijo a la hermanas, que también valen para nosotros: “El nombre que lleváis debe estimularos a ser lo que debéis ser” (Conf. MC, III, 275). La espiritualidad de la “consolación” es camino seguro para vuestra vida y para vuestro
apostolado. Nos lo recuerda también el Santo Padre, Juan Pablo II, en el mensaje para el centenario: “No podría concluir esta exhortación sin poner de relieve que vuestra identidad de misioneros y religiosos reviste una profunda connotación mariana. Vuestro Instituto, en efecto, surgió a la sombra del célebre santuario de la Consolata, centro espiritual de la Turín cristiana. El propio Allamano quiso precisar muchas veces que le estaba reservado a la Virgen el título de ‘Fundadora’. ‘La verdadera Fundadora del Instituto es la Consolata’, le gustaba repetir. Con la ayuda de la Consolata, difundid, queridos hermanos, la verdadera ‘consolación’, es decir, la salvación que se encuentra en Jesucristo, Salvador del hombre” (n.
5). ¿Cómo no oír en estas palabras del Papa lo que el Fundador nos decía: “Primero santos, luego misioneros”?

5. Preguntas para la reflexión

- ¿Nos confrontamos como individuos y comunidades con el pensamiento del Fundador antes de decidir?

- ¿En qué medida la presencia de la Consolata conforma nuestro estilo de vida y de apostolado?

- ¿Dónde advierte la gente que nosotros y nuestras comunidades son “consoladas”, es decir, que tienen el espíritu positivo transmitido por Allamano?

P. Francesco Pavese, imc


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