EL CARISMA DE LA CONSOLACIÓN FRENTE A LOS DESAFÍOS DE LA CULTURA DEL PRESENTE
El tema de la cultura o de las culturas es sin duda de sumo interés al tratar el tema misionero. Pero definir su contenido, los modos de tratarlo y la praxis en relación con el carisma de la “consolación” es tarea ardua. El problema se deriva de la complejidad del tema, del lugar y de la clave de lectura.
La clave de lectura define la importancia que queremos dar a todo el conjunto cultural, considerándolo elemento fundamental para entender lo más íntimo y vivo de la vida de un pueblo en perspectiva evangelizadora.
Quien ha vivido en Europa en estos últimos 20-30 años, aunque haya sido por poco tiempo, ha podido darse cuenta del magma cultural que ha ido abriéndose camino, y asimismo se habrá sentido impresionado por las profundas vicisitudes que el continente ha vivido y sigue viviendo. Terminadas las grandes exposiciones políticas, ideológicas y religiosas, el hombre europeo (occidental) es hoy día hijo de un pensamiento débil y fragmentado, de una cultura “líquida” que no tiene forma consistente, porque adopta la de las situaciones que vive y que tienen el poder de “diluir” todo lo “sólido” que encuentra: modelos que deben ser imitados y reproducidos, reglas y principios categóricos (incluso morales)... La propia expresión religiosa, profesar una fe, se relega al ámbito de lo privado y con escasa incidencia social. La medida de todo parece ser ya únicamente el sujeto, la persona, que, como cualquier comprador en un supermercado, toma o deja cada producto según que le ayude a estar bien o a sentirse mejor (incluida la religión).
Nos parece que es también importante poner de relieve la gran movilidad de estos fenómenos. Es evidente que desbordan los perímetros continentales para difundirse por todos los continentes e influir en las culturas locales menos asentadas y más frágiles. No estará fuera de sitio, por consiguiente, decir a los misioneros que se encuentren en África, Asia o América Latina que no deben considerar que todo esto tiene que ver solamente con la “vieja y decadente Europa”.
Estos procesos, evidentemente, influyen también en la vida religiosa y en nuestro propio Instituto, lo que quiere decir que debemos saber calcular sabiamente su impacto en la interpretación y en el modo de vivir los elementos esenciales de la consagración, la espiritualidad, la pobreza, la vida comunitaria y el espíritu apostólico.
No cabe duda de que la validez de un método o modelo misionero se mide teniendo en cuenta su capacidad para encontrar y mediar el Evangelio dentro de una cultura. Una acción misioneramente eficaz es, en efecto, la que establece proximidad o lejanía del Evangelio en relación con el corazón, con el centro de toda cultura.
El modelo
Hay un modelo precedente en la misión y en la propia Iglesia que es fundamento seguro en esta relación necesaria entre misión y cultura. Lo resume bien el himno de la carta a los Filipenses 2,5-8: “Procurad tener los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús, el cual, teniendo la naturaleza gloriosa de Dios, no consideró como codiciable tesoro el mantenerse igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo, tomando la naturaleza de siervo, haciéndose semejante a los hombres; y, en su condición de hombre, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”. Es el acontecimiento de la encarnación, el Dios hecho hombre en medio de los hombres, el Jesús histórico, “el contenido y el modelo” en que inspirarse. Es el Jesús que presenta a Dios “cercano y participante” a la vicisitud humana, que hace esta vicisitud humana digna de la presencia de Dios.
Su actitud “obediente” con el Padre, su Palabra, que revela al Padre, y sus gestos, que explicitan la acción de Dios en medio de los hombres, son la fuente de inspiración de toda praxis misionera que quiera construir una presencia “salvífica” dentro de un específico contexto humano.
En el fondo, el proceso misionero es justamente la tentativa de abrir todo espacio humano a la presencia de Dios, sin forzar nada, evidentemente, pero también sin un miedo que aminore la fuerza de un anuncio explícito y directo.
Actitudes misioneras
Acercamiento y proximidad al ambiente humano en que nos encontramos, cualidades capaces de “inteligencia y afecto”, son sin duda la actitud de fondo a la que añadir posteriormente otros elementos. No podemos ser portadores de consolación sin una carga de “afecto” hacia el ambiente humano donde trabajamos. Un “afecto” que quiere ser el signo del gran afecto de Dios hacia esa porción de la humanidad.
Oigamos unas palabras del apóstol Pablo, modelo de todo misionero: “Con los débiles en la fe me hago débil para ganar a los débiles; me hago todo para todos, para salvarlos a todos. Todo lo hago por el evangelio, para participar de sus bienes” (1Cor 9,22-24).
Autenticidad de vida y anuncio explícito. Especialmente Europa (pero vale también para los demás continentes), en su vaivén religioso-cultural, se encuentra en un proceso de búsqueda de esencialidad y autenticidad de vida, de personas transparentes cuyo lenguaje cuente con la autenticidad de una vida coherente.
Se busca una Palabra clara, sin fracturas ni excesivo atajo, que sepa hablar a la vida y sea una evidencia de la vida, dando razón de “su utilidad” en la vida cotidiana. Nunca como en este tiempo el anuncio explícito de la Palabra vuelve a ser elemento central de la praxis misionera-pastoral, siempre que sea capaz de encontrar las preguntas y las expectativas del hombre contemporáneo.
La misma vida religiosa, comunitaria, primer método de evangelización, tiene sentido si dice algo al contexto donde se encuentra y si se la modula desde el contexto humano donde se encuentra y comparte esa situación. En pocas palabras, si se siente próxima a la gente. Hay comunidades que están perfectamente pautadas en sus horarios y compromisos comunitarios, pero son absolutamente impermeables al habitat humano en que viven.
Oído atento a los temas globales: paz, justicia, globalización, economía, política, ecología. ¿Hay un modo “evangélico-misionero” de estar presentes en estos debates y movimientos de carácter global? Repostando en el inestimable depósito de su experiencia, ¿puede ofrecer la misión una aportación específica a estos debates que están creando una amplia conciencia de base para un futuro vivible por todos? ¿Está capacitada la misión para realizar un esfuerzo en la superación de una cierta fragmentación, por cuyo motivo quien trabaja en África piensa en sus problemas, quien lo hace en Europa en los suyos, etc., etc.?
Amor visceral a la cultura de la gente. La cultura de un pueblo es el terreno ideal donde el Evangelio debe ser sembrado de manera receptiva por parte de los destinatarios. Por eso debe amarse una cultura aunque no sea la nuestra, estudiarse y profundizarse sistemáticamente, especialmente en sus centros generadores, porque esto permite un proceso de ambientación entre la vida del misionero y la vida del grupo humano donde se encuentra, premisa necesaria para una fructífera siembra evangélica. Hoy día, juntamente con el conocimiento de la cultura del pasado, en general bastante documentada, debe ponerse especial atención en los elementos de cambio para tratar de intuir lo que vendrá, los escenarios del próximo futuro.
En la iglesia local. Hay también un proceso (y un trabajo) de inculturación que debe llevarse a cabo por la Iglesia y en ella: “...no se trata para la Iglesia únicamente de predicar el Evangelio en amplias zonas geográficas o a poblaciones muy extensas, sino también de llegar, y de cambiar, con la fuerza del Evangelio, los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que constituyen un obstáculo a la Palabra de Dios y al designio de la salvación. Se podría expresar todo esto diciendo que es necesario evangelizar –no deforma decorativa, como se hace con una pintura superficial, sino de manera vital, en profundidad y hasta las raíces- la cultura y las culturas del hombre, en el sentido rico y amplio que estos términos tienen en la constitución ‘Gaudium et spes, partiendo siempre de la persona y volviendo siempre a las relaciones de las personas entre sí y con Dios” (EN 19-20).
Conclusión
Ser “portadores de consolación” en un mundo en rápida evolución, caracterizado a veces por vicisitudes de gran dramatismo, quiere decir también saber intuir los elementos positivos y esperanzadores de los que indudablemente nuestra contemporaneidad es portadora. Cito algunos: una nostalgia de lo bello y lo bueno, la búsqueda de una religiosidad que sepa hablar a la “cabeza y al corazón”, el deseo de comunidades acogedoras y cálidas, un amplio sentido de participación y de responsabilización de un mundo más justo y vivible para todos. Esto obliga a dirigir una mirada acogedora al conjunto de las vicisitudes humanas. Y donde estas vicisitudes humanas son a menudo más complejas y dramáticas, la presencia misionera se hace obligatoria por ser capaz de “conversión y transformación” de las personas y del ambiente.
Preguntas
- ¿Qué nota conceder a la atención que nuestra Región expresa con la cultura de la gente con la que trabajamos?
- ¿Se siente próxima nuestra acción misionera a la vida “real” de la gente?
- ¿Hay experiencias con alguna sistematización e interés que resaltar en relación con el conocimiento de la cultura y con alguna forma “inculturada” de evangelización?
- ¿Cuál es el camino formativo ofrecido a los nuevos misioneros que se insertan en nuestra Región? ¿Lo consideramos suficiente?
- ¿Cuál es la aportación IMC al proceso de inculturación en la iglesia local?
P. Ernesto Viscardi